Salvador se levanta muy temprano y comienza a trabajar en su parcela como un día cualquiera, un domingo de elecciones. Es un campesino humilde, pero obstinado y escéptico, que hace poco caso de la algarabía y el alboroto que se ha armado en el pueblo alrededor de la reñida elección del alcalde. Pero su rutina cambia sorpresivamente: durante la madrugada alguien ha entrado en su terreno y ha arrojado varios cadáveres, que se amontonan macabramente en medio de sus cultivos. Salvador, lleno de preocupación y rabia, va hacia el pueblo a denunciar la masacre, pero el alcalde y el comandante de la policía, como prudentes autoridades, deciden no avisar a nadie ni encender alarmas para no perturbar los comicios. Una vez que llegan a la parcela del campesino y enfrentan la grotesca situación se dan cuenta que están al borde de un escándalo de orden público y, en ese preciso día, de un estrépito político. Los tres hombres tienen por delante calurosas y tensas horas para decidir qué hacer con la montaña de muertos.